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La habilidad natural para calmarnos




Ayer sentí frío en la sala donde estaba, coloqué la butaca baja que mi hijita utiliza para sentarse y subí sobre ella para intentar cerrar una porción alta de la ventana, pero estaba atascada.


Salí afuera y la empujé, pero seguía atascada, y noté que una parte del picaporte había quedado afuera. Ya visiblemente ofuscada voy en busca de la llave, forcejeo la estructura y logro mover el picaporte, pero no consigo cerrarla completamente desde allí. Voy de nuevo adentro y atraigo hacia mí la ventaja, finalmente la cierro y la bloqueo, pero me digo, mejor coloco un rótulo para que no vuelva a abrirla hasta que la reparen, giro en busca del rótulo olvidando que me encontraba sobre una butaca, pierdo equilibrio, me desplomo en el aire hasta que siento un terrible golpe en la cabeza.


El sonido del golpe y el impacto fueron tal que quedé pasmada, comencé a mover los ojos, me levanté de inmediato, comprobé que podía moverme, oír... es que un golpe en la cabeza es jodido, lo sé mejor que nadie.


Me di cuenta que me había pegado contra el borde de un mueble, y siento un terrible dolor en la cabeza, fui ahí que sentí aquel líquido caliente recorriendo mi nuca y empapando mi blusa, toco el área del golpe y lo encuentro inflamado, también con el tacto siento mi cabello empapado, miro mis dedos y veo sangre.


Me sentí en las nubes, no sabía si terminaría perdiendo el conocimiento, si había quedado inconsciente, ¿qué pasó?, estaba sola.


Abro la puerta y salgo asustada, le pido ayuda al primer transeúnte que llama a la línea de emergencias por una ambulancia, mi mente estaba en blanco, era un muchacho como de 25 años quien amablemente toma su celular y comienza a dar la dirección, me pregunta mis datos, cuantos años tengo y no me acordaba de mi edad, abría y cerraba los ojos, pero no me acordaba, me aterré más.


La ambulancia demora, el muchacho me pide que me calme y entremos a aguardar por la ambulancia, pero no le conocía y estaba herida, a pesar de que me había ayudado no me sentí en confianza, en la desesperación le llamo a mi ex marido que llega a los pocos minutos y me lleva a emergencias.


Me atiende un doctor, me mira la herida y me pregunta qué me había pasado, le digo que solo quería cerrar una ventanita alta, me dice entre risas que muchos accidentes feos pasan en casa, en situaciones tontas, pero alguien de enfermería me ayudaría a cerrar la herida, yo pienso en aguja y lloro más.


A los pocos minutos viene una enfermera anciana a buscarme en la sala de espera, de las de la guardia vieja, pequeñita, que me coloca una toalla sobre el hombro, me dice que me limpiará el cabello de la sangre y comienza a curarme la herida, me dice que colocaría pegamento e iría tejiendo mi cabello del área para ajustar la herida.


Yo estaba en shock, llorando, asustada, pero la voz y las manos de aquella enfermera comenzaron a calmarme, como si mi madre o mi abuela me estuvieran curando.


Me habló despacio y suave y fue moviendo las manos con gentileza y cautela. Sabía que me estaba estabilizando del shock, y eso se hace con la voz y los movimientos, como cuando nuestra madre nos calmaba cuando éramos niños durante una crisis de llanto, casi hablándonos en susurros, utilizando el tacto para dar caricias, meciéndonos en una silla mientras nos acariciaba el cabello o nos cubría con una manta y nos abrazaba. Todo eso nos genera bienestar, nos hace sentirnos protegidos y seguros.


Esa capacidad para calmarnos la poseemos todos, para recuperarnos del susto, del miedo, o de un shock, es la parte parasimpática del sistema nervioso que nos provee un sedativo natural, las beta endorfinas, y requiere cierto grado de abandono para conseguirlo.


Pero también "la confianza" es a la vez una situación de mucha vulnerabilidad.


Sin embargo todos nos asustamos, independientemente de la experiencia y la profesión, y a veces necesitamos que otro nos calme, que haga el papel de esa madre o abuela, y nos apacigue con su voz, sus palabras, sus manos o sus abrazos, y nos haga sentirnos “seguros” en donde estamos.


Esa sensación de seguridad puede sentirse de forma física y también psicológica, nos va serenando.


Esta experiencia de ayer me recordó sobre la importancia de hacerle sentir “seguro” a alguien en terapia, para hablar de algo que le podría angustiar de nuevo, o tratar algo que le produce miedo, vergüenza o malestar.


Asistir a terapia requiere de mucha valentía, pero también necesitamos serenarnos una vez allí, para tratar asuntos que no son fáciles de hablar ni enfrentar.


Pero me doy cuenta que mientras más tiempo invierto en estabilizar y hacer sentir seguro y confiado a alguien, en un ambiente amigable, más fácil será el resto del proceso.


Qué bueno que me atendió una enfermera veterana, lleva 27 años trabajando en el mismo hospital y me dijo que le faltan otros 10 años más para jubilarse. En el tiempo que estuve con ella vinieron dos colegas a tocar a su puerta en busca de ayuda, y no me sorprende, la experiencia también genera confianza.





Sobre la Autora: Doraliz Aranda es una Consejera Psicológica calificada, escribe desde Derby Inglaterra. Este es un extracto de su audiolibro “La Llave para salir de tu prisión mental de estrés, ansiedad o depresión" (escrito desde la perspectiva de una paciente recuperada)" SEGUNDA EDICION, para ayudarte a gestionar mejor tu salud mental en momentos de crisis e incertidumbre.

El audiolibro lo encuentras exclusivamente en Audible.com

Doraliz también ofrece terapia presencial y online, visita www.doralizaranda.com

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